miércoles, 15 de noviembre de 1995

Bibliotecario y archivero, dos profesiones de hoy



Bibliotecario y archivero, dos profesiones de hoy*

            El día 20 de mayo de 1935, en plena II República, José Ortega y Gasset pronunció en Madrid un discurso, publicado después con el título de Misión del bibliotecario. Fue con motivo de la apertura del segundo Congreso de la IFLA  y constituye un magnífico ensayo, no sólo sobre el concepto y funciones del libro y la misión de quienes han de organizar los procesos técnicos de acceso a la lectura sino, en general,  sobre la misión del hombre, tanto desde el punto de vista personal como  profesional.
            Siempre me ha impresionado comprobar cómo, normalmente, las personas más sabias son al mismo tiempo humildes y, en sus contactos cotidianos, así lo hacen, respetando  al otro, valorando al otro. Al contrario, hay  personas que creen saberlo todo y, por supuesto, mientras consideran su propia profesión imprescindible no sienten el menor sonrojo en sentenciar que otras tareas laborales (no las consideran profesiones) pueden ser desempeñadas por cualquier persona sin más requisito que su buena voluntad o su nombramiento para tal o cual función. En este sentido son admirables las palabras del filósofo español, que se encontró en el programa del Congreso con ese “enorme y pavoroso” título de Misión del Bibliotecario, dijo que ”aceptarlo sin más sería una pretensión abrumadora” y concluyó: “No puedo intentar enseñaros nada sobre las técnicas complejísimas que integran vuestro trabajo, las cuales vosotros conocéis tam bien y que son para mí hermético misterio”.
            Sin duda en España dos de las profesiones menos consideradas socialmente, sobre todo en las regiones menos desarrolladas culturalmente, son las de bibliotecario y archivero. Y digo conscientemente dos profesiones, porque son distintas y, aunque en el pasado fueran muchos los casos donde un mismo profesional ejercía conjuntamente ambas profesiones, hoy el grado de especialización ha llegado a tal nivel que es preciso separarlas, como de hecho está ocurriendo. Existe un punto de partida ineludible: No podemos hablar de biblioteca sin hablar de bibliotecario y no podemos hablar de archivo sin considerar al archivero. Estas sencillas formulaciones parecen una perogrullada pero creo que es poner el dedo en la llaga: hay mucha gente que no para de destacar el papel fundamental que las bibliotecas tienen en la formación integral de la personas o que aceptan que el archivo es fundamental para su Institución, pero luego, en la teoría o en la práctica, piensan:  ¿bibliotecarios?, ¿archiveros?  Son caros, no podemos seguir incrementando el capítulo I de los presupuestos... Se precisan economistas, abogados, administrativos, maestros, médicos, asistentes sociales, animadores socioculturales, barrenderos...pero...bibliotecarios y archiveros...Cualquiera sirve para ello.  Por encima de las dificultades presupuestarias, que sabemos existen, creo que está el concepto, su consideración social y profesional.
            Creo que nadie con un poco de sentido común pensaría en un Centro de salud sin médico, ATS, etc. Igual que nadie pensaría en poner en marcha un centro docente sin los correspondientes profesores titulados y retribuídos adecuadamente. No ha sido así en el caso de muchas bibliotecas públicas, especialmente municipales. Históricamente, la Corporación municipal designaba a una persona para “encargarse” de la biblioteca por algunas horas y “gratificaba” a ese “encargado” con pequeñas cantidades, que servían para complementar su salario de maestro u otra profesión. En 1993 todavía más de la tercera parte de los bibliotecarios municipales eran “colaboradores”, sin contrato ni seguridad social, muy pocas horas de trabajo y unas retribuciones sonrojantes. Pero el resto, en la mayoría de los casos con un contrato temporal, no tenía mucho mejor situación: titulados superiores contratados y pagados como ordenanza o auxiliar administrativo, contratos de media jornada que imposibilitan dar un buen servicio a los ciudadanos y vivir de esa “profesión”, etc.
            Por ello cuando, en octubre de 1991 la Consejería de Educación legisló los mínimos de las bibliotecas públicas municipales en cuanto a superficies, colecciones, personal, etc. lo hizo con un doble planteamiento: a corto y medio plazo contar con profesionales en todas las bibliotecas. En las de localidades con población superior a 5.000 habitantes, que según la legislación de régimen local tienen obligación de prestar el servicio público de biblioteca, el bibliotecario debería estar contratado y retribuído como técnico de bibliotecas; y en las bibliotecas de poblaciones  menores a 5.000 habitantes, el primer objetivo era contar con bibliotecarios estables, con formación adecuada y contratado al menos como Auxiliar de Bibliotecas, del grupo C de funcionarios. Este proceso está en marcha, impulsado por la Consejería de Educación y Cultura mediante las ayudas a la contratación de bibliotecarios municipales que han tenido lugar en los años 1994 y 1995. Pero falta mucho camino por recorrer. Y, por supuesto, en la medida que la biblioteca pone en marcha nuevos servicios (fonoteca, etc.) el número de personal debe ir creciendo paralelamente.
            Los ayuntamientos ya son conscientes de la importancia de contar con biblioteca pública en su localidad. No están obligados a tenerla, y por eso la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha que en su legislación ha planteado que existan bibliotecas en todas las localidades mayores de 2.000 habitantes, ha  invertido en  esos municipios, construyendo casas de cultura o bibliotecas públicas. Pero la vida de esas bibliotecas depende en gran parte de la voluntad de los propios municipios. No puede haber biblioteca si un ayuntamiento no está dispuesto a asumir la correcta contratación de un bibliotecario y los gastos de mantenimiento de esa biblioteca.
            En el futuro, en todas las bibliotecas, con independencia de la población de su localidad, deberán tener un bibliotecario titulado y retribuído como técnico de bibliotecas. Porque en la educación y, en general en cualquier servicio público, los ciudadanos no pueden estar discriminados por el hecho de vivir en poblaciones pequeñas: ¿se imagina alguien que en un Centro de salud sólo hubiese enfermera? ¿o que en un colegio los maestros no tuvieran la correspondiente titulación? ¿o que un médico hiciese de abogado o un jurista de arquitecto?
            Perdonen las simplezas anteriores, pero les aseguro que están basadas en opiniones reales. E igual ocurre en el caso de los archiveros: como el número es inferior se nota menos, pero también está latente la tentación de convertir  en flamante archivero a cualquier persona, por supuesto respetable y que, sin duda, al cabo de los años podrá convertirse en un buen profesional si tiene interés y se forma. Pero, de nuevo las preguntas, ¿se pondría usted en manos de un médico sin titulación y que, con buena voluntad, desea formarse en el ejercicio de su profesión? ¿llevaría usted a sus hijos a un colegio en el que los profesores sean amables y voluntariosas personas vecinas de esa localidad pero que carecen de la formación y reconocimiento oficial pertinente? En Castilla‑La Mancha deberían tener un archivero titulado, contratado al menos como Técnico de archivos (grupo B), los ayuntamientos de localidades mayores de 10.000 habitantes. Para el resto, una vez realizado el inventario del archivo municipal y organizados básicamente estos archivos con la ayuda de la Consejería de Educación y Cultura, los ayuntamientos deberían contratar un archivero de zona, que de forma similar a los trabajadores sociales o a los secretarios de ayuntamiento prestarían servicio archivístico a una agrupación de municipios (mancomunidad u otro conjunto de ayuntamientos).
            Otro día especificaré la tareas que ambos profesionales tienen que realizar. Hoy me basta con la idea de que para organizar el acceso a la información en bibliotecas y archivos no sirve cualquiera. Y finalizo con una nueva cita del discurso de Ortega: “Por eso ahora encontramos el cuidado de los libros constituido impersonalmente como carrera o profesión y, por eso, al mirar en derredor, lo vemos tan clara y sólidamente como un monumento público. Las carreras o profesiones son tipos de quehacer humano que, por lo visto, la sociedad necesita. Y uno de éstos es desde hace un par de siglos el bibliotecario. Toda colectividad ha menester hoy de cierto número de médicos, de magistrados, de militares...y de bibliotecarios. Y ello porque, según parece, esas sociedades tienen que curar a sus miembros, administrarles justicia, defenderles y hacerles leer”. Y de igual forma podríamos referirnos al archivero.
            Han transcurrido sesenta años desde las palabras de Ortega y siguen plenamente vigentes. Pero las tareas de ambos profesionales son hoy mucho más complejas y precisan incluso de mayor cualificación. Las crecientes nuevas tecnologías, y su necesario desarrollo en Castilla‑La Mancha; los nuevos soportes de la información (hasta hace unos años vídeo y Compact Disc; pero ahora, el CD‑ROM, el CD‑I, etc.); el acceso a las autopistas de la información; y la propia Constitución, que menciona como derechos de todos los españoles la información, la educación y la cultura; todo ello son algunas de las razones para que, en los umbrales del siglo XXI, las bibliotecas y los archivos de nuestra Comunidad Autónoma tengan unos profesionales con la formación y el reconocimiento laboral y social necesarios.


* Diario 16 Castilla-La Mancha   (30-11-1995), p. 4.

lunes, 30 de octubre de 1995

Manifiesto de la UNESCO sobre la Biblioteca Pública



Manifiesto de la UNESCO  sobre la Biblioteca Pública*

            En noviembre de 1994 fue aprobada la nueva redacción del Manifiesto de la UNESCO sobre la biblioteca pública, y  en estos días la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, que tan espléndida labor hace por la promoción del libro y la lectura en España, está difundiendo este importante documento, que en buena medida sirve de guía a los profesionales de todo el mundo a la hora de planificar y desarrollar el servicio bibliotecario desde una biblioteca pública.
            Afortunadamente, va creciendo la sensibilización hacia este servicio público. Pero falta mucho camino por recorrer: para muchos la biblioteca pública sigue siendo un servicio secundario, bastante menos importante que un centro docente o un hospital, por ejemplo; en muchos casos la biblioteca parece seguir con la consideración de guardería  de niños, bastando con que sea el sector de población infantil el que utiliza la biblioteca y aceptando que los adultos no encuentren en este servicio un atractivo suficiente para convertirse en usuarios estables. Un indicador bastante representativo de la estima en que se tiene a la biblioteca pública puede verse en la situación laboral que históricamente han tenido la mayoría de las personas encargadas de las bibliotecas: en buena parte de las bibliotecas municipales, el bibliotecario carecía de todo tipo de contrato, dedicándose a esta labor como segunda ocupación o simplemente como un trabajo de varias horas al día por el que se le entregaba una pequeña gratificación, etc. En este sentido, el programa iniciado en 1994 por la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha para ayudar económicamente a los ayuntamientos a contratar al bibliotecario municipal, está siendo muy eficaz: se han abierto bibliotecas que permanecían cerradas desde hacía años y se empieza a corregir  en  parte de los casos esa situación tan injusta que padecían numerosos bibliotecarios. Lo más importante es que, mejorando las condiciones profesionales, las autoridades municipales están comprobando en qué medida está también mejorando el servicio bibliotecario. Todavía no estamos en una buena situación pero, sin duda,  se está poniendo un peldaño para dignificar y profesionalizar nuestras bibliotecas.
            No es la sociedad castellano‑manchega precisamente muy lectora. Por ello, contar con una red de centros y servicios que garanticen el derecho constitucional a la cultura y a la información de cuandos vivimos en nuestra Comunidad Autónoma tiene que ser uno de los grandes retos que han de afrontarse. La Consejería de Educación y Cultura ha hecho en los últimos años un importante esfuerzo inversor, que hay que continuar no sólo para completar la red de bibliotecas públicas sino para que estos centros cuenten con las colecciones bibliográficas que precisan los ciudadanos que viven en esas localidades y, además, constituyan un verdadero centro público de acceso a la información a través de los distintos soportes y, en el futuro, estén preparadas para que todas las personas, con independencia de su situación socioeconómica, puedan acceder a las autopistas de la información que en nuestro tiempo están desarrollándose. Por otro lado, una región como la nuestra, con un porcentaje tan elevado  de pequeños municipios, ha de encontrar fórmulas que sustituyan a la biblioteca pública para que esos ciudadanos no estén en la realidad discriminados por vivir en localidades de pocos habitantes.
            Esta tarea compete a todos: desde luego no sólo a las distintas Administraciones Públicas, aunque éstas tengan un papel fundamental por ser, en sus distintos ámbitos territoriales, responsables de que el derecho a la lectura pública, a la información y la cultura, se haga realidad en todos los rincones de nuestra tierra. También los partidos políticos tienen la responsabilidad de velar por el cumplimiento de ese derecho, aunque corresponda a una cuestión normalmente no demandada ni reclamada por los ciudadanos. De igual forma, los educadores, los creadores, las asociaciones culturales o vecinales y otros  profesionales o sectores sociales, están obligados a preocuparse por este servicio público esencial que es una biblioteca.
            Invito a leer el Manifiesto de la UNESCO, institución que proclama su fe en la biblioteca pública “como una fuerza viva para la educación, la cultura y la información y como un agente esencial para el fomento de la paz y del bienestar espiritual a través del pensamiento de hombres y mujeres”. La UNESCO resume  las misiones de la biblioteca pública: “crear y consolidar los habitos de lectura en los niños desde los primeros años”; servir de apoyo al sistema educativo; posibilitar a todas las personas “el desarrollo personal creativo”, estimulando la imaginación de niños y jóvenes; “fomentar el conocimiento del patrimonio cultural, la valoración de las artes, de los logros e innovaciones científicas” así como el “diálogo intercultural”; apoyar a la “tradición oral”; “garantizar a los ciudadanos el acceso a todo tipo de información de la comunidad”, prestando además un servicio adecuado de información a empresas y asociaciones de su localidad; “facilitar el progreso en el uso de la información y su manejo a través de medios informáticos” y prestar apoyo y participar en “programas y actividades de alfabetización para todos los grupos de edad y, de ser necesario, iniciarlos”.
            Concebida la biblioteca pública como “centro local de información que facilita a sus usuarios todas las clases de conocimiento e información”, sus servicios han de prestarse gratuitamente y debe garantizarse la igualdad de acceso para todas las personas, “sin tener en cuenta su edad, sexo, raza, sexo, religión, nacionalidad, idioma o condición social”. Todos los grupos de edad han de disponer del “material adecuado a sus necesidades” y las colecciones y servicios “han de incluir todo tipo de soportes...,tanto en modernas tecnologías como en materiales tradicionales”. Es decir, además de libros, prensa diaria, revistas... la biblioteca pública ha de contar con  colecciones de vídeos educativos, culturales,...; Compact Disc, CD‑ROM o CD‑I , etc., así como conservar cuantos materiales tengan interés para la historia de esa comunidad (periódicos locales, obras o artículos referidos a la localidad, fotografías, grabaciones musicales o videográficas de temática local, etc.).
            Muy significativos son los párrafos introductorios del Manifiesto. Recuerda que es primordial contar con “ciudadanos bien informados para ejercer sus derechos democráticos y desempeñar un papel activo en la sociedad”. Y concreta aún más: “La participación constructiva y la consolidación de la democracia dependen tanto de una educación satisfactoria como de un acceso libre y sin límites al conocimiento, el pensamiento, la cultura y la información”. Y en todo ello aparece determinante el papel que debe ejercer la biblioteca pública.
            También me parece significativo el insistente llamamiento dirigido a las autoridades: al finalizar la introducción, “...la UNESCO alienta a las autoridades nacionales y locales a dar soporte y comprometerse activamente en el desarrollo de las bibliotecas públicas”; y  en el párrafo final del documento: “Se insta a quienes toman las decisiones a nivel nacional y local y a la comunidad bibliotecaria en general, en todo el mundo, a que apliquen los principios expuestos en el presente Manifiesto”.
            Comprendo que, en éste como en tantos otros casos, las teorías, las palabras, no bastan. Ningún defensor mejor de  un biblioteca pública que quien durante buena parte de su vida se ha servido de ella, se ha beneficiado de los servicios que presta, incluso tan llenas de limitaciones como ocurre en muchos centros. Por ello, me permito una  sugerencia: acudan a la biblioteca pública más próxima.


* Diario 16 de Castilla-La Mancha  (30-10-1995), p. 4.

domingo, 2 de abril de 1995

Lapiceros eternos



Lapiceros eternos*

            Todos tenemos experiencia de cómo los niños son remisos muchas veces a dejar sus lapiceros, goma de borrar,...a sus compañeros. Y la razón suele ser bien sencilla: se gastan. Son pequeños egoísmos, reflejo de las tacañerías más importantes que en tantas ocasiones mostramos los mayores. Pero, al mismo tiempo, cada día conocemos la historia de personas eminentemente solidarias, entregadas a los demás, generosas, hombres y mujeres que vuelcan sus energías en el otro. En una sociedad como la nuestra, tan desprestigiada por los numerosos hechos negativos como se suceden, sería necesario que cada jornada los medios de comunicación rescatasen del silencio y el anonimato una historia de amor, las pinceladas básicas que permitieran a las gentes conocer los rasgos vitales de unas biografías que normalmente pueden  motivar y animar a salir de la mediocridad y la vida cómoda.
            Y no estoy hablando de perfecciones. Todos sabemos que hasta los santos oficiales participaron en  ocasiones de las miserias, errores y limitaciones humanas; fueron santos a pesar de sus debilidades y nunca se consideraron a sí mismo héroes ni mártires, sino personas que necesitaban imperiosamente cumplir una misión, dar a los demás gratuitamente un poco al menos de lo que reconocían haber recibido. Los ejemplos son múltiples.
            Hace unos días conocí a una monja concepcionista que ha entregado toda su vida al convento. Era una visita  profesional, con motivo  del Catálogo del Patrimonio Bibliográfico. Salí verdaderamente impresionado, no sólo por la sabiduría de estas religiosas sino por su dedicación y por el cariño con que conservan su patrimonio histórico‑artístico. Y me admiré por la serenidad con que afrontan tanto la vida como la muerte: “Yo no quiero morirme ‑me decía‑, porque creo que aún puedo hacer muchas cosas; pero, al mismo tiempo, deseo morir porque sé que voy con Cristo”. En definitiva, contenta con todo, aceptando gozosamente todo.
            También entre los profesionales encontramos personas que no han escatimado esfuerzos para servir a los demás con una intensidad superior a la normalmente habitual en un trabajo retribuído. He sido testigo de la jubilación de Julia Méndez Aparicio, directora de la Biblioteca Pública Provincial desde el año 1958 hasta el pasado 25 de marzo. Indudablemente sin ella no contaríamos los toledanos ni la comunidad investigadora con unas colecciones bibliográficas tan importantes, recopiladas con inaudito tesón por esta mujer de raíces leonesas que nos deja importantes catálogos sobre los incunables y las obras del siglo XVI, estudios sobre las encuadernaciones mudéjares, etc. Su libro La Biblioteca Pública, ¿índice del subdesarrollo español?  es ya un clásico en los estudios de biblioteconomía; y todos los profesionales reconocen el trabajo modélico que Julia hizo dirigiendo el Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas o formando a nuevos bibliotecarios. 
            Y estos días hay un caso bien peculiar: el cardenal de Toledo, don Marcelo, con sus 77 años,  está recorriendo todos los arciprestazgos. La carta que escribió anunciando esta visita cuaresmal es bien explícita: “Quisiera recorrer toda la diócesis y agotar mis energías predicando el Evangelio de Jesucristo...”
            Seguro que todos ustedes conocen muchísimas más vidas así, que merecen ser contadas. Son personas, en definitiva, que han descubierto que su lapicero, su vida, goza de eternidad y no tienen miedo alguno de que se gaste. ¡Y qué suerte sacar punta a un lápiz que sabemos no se termina nunca...!


* Ya (2-4-1995), pág. VIII